sábado, 27 de septiembre de 2014

cuentos.......

Estos fueron los cuentos que se contaron en la semana...para que observen lo que mis niños les platicaron.....


Raimundo, el bombero más valiente del mundo

Lo llamaban así simplemente porque "mundo" rima con "Raimundo", pero no porque fuese tan valiente. Más bien era tímido y pequeñito y de ninguna manera parecía uno de esos héroes, intrépidos, valientes y audaces.
Sin embargo, Raimundo sabía cumplir muy bien con su deber y era el primero en vestirse y subir al camión de bomberos cuando sonaba la alarma.
Todos creen que los bomberos sólo apagan los incendios, pero no es así: también los llaman para resolver otro tipo de problemas.
Por ejemplo, los llamaron cuando el pero del Sr. González corrió al gato de doña Etelvina y el animal se asustó tanto que se trepó al árbol más alto del vecindario. Después no se pudo bajar y se pasó toda la noche maullando allá arriba. Y fue Raimundo quien lo rescató.
Cuando el hijo de doña Ágata metió la cabeza entre los barrotes del balcón y se quedó allí atorado, también llamaron a los bomberos y hubo que desarmar medio balcón para sacar al travieso.
Y aquella vez que se rompió un caño en la casa de doña Eduviges y se inundó el sótano, ¿a quienes llamaron? Sí, a los bomberos y fueron ellos quienes lo desagotaron.
Lo mismo sucedió cuando el Sr. Galimbertti quedó atrapado en el ascensor, entre el noveno y el décimo piso... por supuesto fueron los bomberos los que solucionaron el problema y lo rescataron, ¡siempre los bomberos!
Raimundo, era un bombero cumplidor y servicial, siempre dispuesto a socorrer a quien lo necesitara y no le gustaba que se rieran de él llamándolo "Raimundo, el bombero más valiente del mundo". Era una burla porque después de todo no es necesario ser un gigantón lleno de músculos para ser valiente. Y Raimundo esperaba poder demostrarlo algún día.
Y ese día llegó sin que nadie lo esperase.
En el cuartel de bomberos recibieron una llamada urgente: ¡el circo se estaba incendiando!
Era una situación realmente grave, las llamas eran enormes y todos trabajaban para apagarlas y, para salvar a los animales, alguien les había abierto las jaulas. Las fieras sueltas se habían escapado y andaban por toda la ciudad.
Alguien tenía que atraparlas, pero todos tenían miedo de hacerlo. Finalmente, el capitán ordenó a Raimundo que se ocupara del asunto.
El momento de demostrar que era valiente de verdad, ¡había llegado! ¡Por fin una situación bien difícil que necesitaba audacia y valentía!
Raimundo recordó haber oído que "la música amansa a las fieras" y corrió a su casa en busca de su violín. Su única preocupación era que entre tantas fieras hubiese alguna sorda, pero por suerte todas tenían buen oído.
Raimundo recorrió las calles tocando el violín y las fieras comenzaron a seguirlo para escuchar su música.
Así llegó hasta el circo, cuando ya estaba apagado el incendio y pudieron hacer entrar a cada animal en su jaula.
Al día siguiente la foto de "Raimundo, el bombero más valiente del mundo" estaba en la televisión, los diarios y, ¡hasta en Internet!


- Los oficios de Zacarías
Zacarías leyó el diario y encontró un aviso que solicitaba "peluquero experimentado". Lo leyó varias veces y, a pesar de que no sabía lo que significaba "experimentado", decidió pedir el trabajo y allá fue...
Lo contrataron y le dieron un delantal blanco, un peine y una tijera y, así, Zacarías se puso a esperar la llegada del primer cliente.
Al poco rato entró en la peluquería un desprevenido señor que deseaba un corte de pelo.
Zacarías, muy contento, comenzó a cortar un poco por aquí... otro poco por allá... pero no lograba un corte parejo y, entonces, se dio cuenta de que no era tan fácil ser peluquero. Y siguió emparejando, hasta que el pobre señor quedó totalmente pelado.
Tuvo que correr más de cinco cuadras para escapar del enfurecido cliente y del dueño de la peluquería.
Pero como Zacarías necesitaba trabajar, decidió intentar otro oficio y, esta vez, se convirtió en "albañil".
"Esto sí que es fácil", pensó, "sólo hay que poner ladrillos uno sobre otro... ¡y listo!
Así lo hizo; sólo que cuando terminó de levantar las cuatro paredes, se había olvidado de hacer el hueco de las ventanas y de la puerta y, lo peor, fue que él había quedado atrapado dentro.
Hubo que derrumbar media casa para rescatarlo y, por supuesto, perdió el empleo.
Zacarías probó trabajar como "sastre" y resultó un "desastre" y de la sastrería también lo echaron.
Esta vez se encontraba algo desalentado, pero igualmente tomó el trabajo de "plomero".
Cuando terminó de conectar todas las tuberías sin contratiempos, creyó que por fin había encontrado el oficio adecuado y se sintió satisfecho.
Claro que esa satisfacción le duró muy poco porque, cuando la dueña de casa fue a cocinar y quiso encender el horno, se le llenó de agua y el pato que estaba en la fuente se fue nadando...
Zacarías había hecho tal mezcolanza de tuberías, que para que saliera agua por la canilla había que descolgar el teléfono y para hablar por teléfono meterse en la ducha. El televisor se encendía con la llave de luz del comedor y la luz del comedor, abriendo la canilla de la cocina.
En fin, ¡un completo fracaso!
Esta vez sí que Zacarías se encontraba verdaderamente desalentado, pero ¡muuuy, muy desalentado!
Y fue su abuelito el que con mucha sabiduría y cariño le encontró la solución del problema:
-Pero Zacarías, ¿por qué te empeñás en realizar oficios que no conocés? -preguntó el abuelo.
-Lo que pasa es que yo no sé hacer nada bien -contestó muy triste Zacarías.
-No es verdad; lo que pasa es que no sabés buscar trabajo porque hay algo que sabés hacer muy bien y que te gusta -dijo el abuelo.
Y era cierto porque a Zacarías le gustaban las plantas y tenía un hermoso jardín.
Ahora, gracias a su abuelo, sabía que podía convertirse en un buen "jardinero".




- Una carta para un cartero
Esta es la historia de Tomás el cartero: Tomás era cartero, igual que lo había sido su papá, su abuelo y su bisabuelo… y quizá también el papá de su bisabuelo.
Todos los días repartía un montón de cartas, ¡una bolsa llena!
Las personas lo esperaban impacientes y cuando lo veían llegar, le preguntaban:
-Tomás, ¿hay algo para mí?
Y cuando recibían buenas noticias, hasta lo convidaban con caramelos.
Pero a Tomás le gustaba llevarle las cartas a doña Eulalia. Su casa quedaba al final del recorrido, entonces, las suyas eran las últimas que repartía.
Doña Eulalia era una anciana afectuosa que le pedía que se las leyera porque no veía bien.
Y a Tomás le encantaba hacerlo porque se las enviaba un nieto, que era capitán de un barco y siempre estaba ando la vuelta al mundo. Era tan lindo leerlas...
Tomás se imaginaba que era él quien vivía todas esas aventuras y soñaba con países lejanos. Pero lo que Tomás realmente deseaba, no era viajar, sino recibir una carta; aunque fuese una sola, pero con su nombre en el sobre, ¡nunca, en toda su vida, había recibido una! Pero, ¿cómo hacer, si todos sus amigos y parientes vivían cerca?
Cada día se lo veía más abatido y preocupado y la gente comenzó a asustarse cuando lo veía llegar con esa cara triste. Todos le preguntaban alarmados:
-¿Qué pasa, Tomás? ¿Trae malas noticias?
Y como a nadie le gustaba recibir a un cartero con cara triste y, además, querían mucho a Tomás, preguntaron y preguntaran hasta enterarse de qué era lo que lo afligía tanto y luego comentaron:
-¡Qué barbaridad! ¿Vio? Nunca recibió una sola carta... ¡pobre Tomás! con razón estaba tan triste.
Y por fin alguien dijo:
-¿Y por qué no le escribimos nosotros?
Era una gran idea y a todos les gustó. Entonces escribieron a Tomás las cosas que nunca le habían dicho antes; es decir, cuánto lo apreciaban, cómo les gustaba verlo llegar, y le daban las gracias por todo eso.
Al día siguiente, cuando Tomás fue al correo a buscar la correspondencia para repartir, encontró que su cartera estaba más llena y pesada que de costumbre y; ¡¡¡gran sorpresa!!! su nombre y dirección estaba en casi todos los sobres.
Sí, eran para él; por fin su sueño se había hecho realidad.
Estaba tan contento y emocionado, que se puso a leerlas todas. Una por una. Y a contestarlas todas y... leyéndolas y contestándolas, se le hizo tan tarde que cuando terminó de hacer el reparto ya era de noche. Pero nadie se enojó y otra vez volvió a ser un cartero alegre y feliz.


La abuelita Rigoberta

Fernando y Susana eran dos hermanitos que vivían muy felices con su papá, su mamá y la abuelita Rigoberta.
¡Ah!... y qué lindo era vivir con la abuelita. No todos los chicos tenían esa suerte, pero Fernando y Susana sí y la disfrutaban mucho porque Rigoberta era una abuela con una enorme paciencia: narraba viejas historias y cuentos interesantes; sabía las mejores canciones y los juegos más divertidos; cosía los vestidos de muñecas más lindos y cocinaba las tortas y los dulces más ricos.
Pero un día, porque sí nomás y sin que nadie supiera por qué, la abuela Rigoberta amaneció seria y preocupada.
Y no contó sus viejas historias ni cantó canciones, ni jugó con los chicos, ¡ni siquiera cocinó una torta!
¡Nada!
Toda la familia se asustó: ¿Qué le pasaba a la abuela? ¿Estaría enferma?
A la mañana siguiente, cuando se reunieron para desayunar, se encontraron con que la abuela ya lo había hecho muy tempranito y estaba sentada en su sillón favorito leyendo el diario.
Y eso no fue todo. Cuando le preguntaron qué leía y si había alguna noticia importante, la abuela contestó que sólo estaba buscando trabajo. Sí, tra-ba-jo.
Pero no pudo terminar de hablar, porque el papá, al oírla, se atragantó con la tostada; la mamá se puso mermelada en los dedos; Susana derramó el café con leche y Fernando se cayó de la silla.
Y la abuela Rigoberta, sin darse cuenta de los desastres causados, siguió leyendo muy tranquila.
Finalmente dijo, cerrando el periódico:
-¡Qué barbaridad! No puedo encontrar el trabajo que busco; tendré que poner un aviso ofreciéndome.
-¿Y cuál es el trabajo que estás buscando, abuelita? -preguntó Fernando.
-Justamente, de eso quiero trabajar, de "abuelita" -contestó Rigoberta y siguió explicando que había muchos nenes que no tenían abuela y que eso era muy triste.
Entonces había pensado trabajar para esos chicos en su tiempo libre; es decir, cuando Fernando y Susana estaban en la escuela.
A la familia le pareció una "idea genial", como todas las que se le ocurrían a Rigoberta.
Al día siguiente, el extraño aviso ofreciendo trabajo de abuelita, salió en el periódico y mucha gente llamó por teléfono. Fueron tantos los pedidos, que era imposible cumplir con todos. Y esto, por supuesto, preocupó a Rigoberta, que se encerró en su dormitorio a pensar.
Y pensó… y pensó.
Pensó tanto, que ese día no almorzó ni cenó; sólo apareció cuando ya todos habían terminado de comer el postre.
Entonces anunció muy contenta, que ya tenía la solución del problema: estaba decidida a fundar la primera "Compañía de Abuelos Voluntarios".
Era, en verdad, una excelente solución porque también había muchos abuelos sin nietos y eso era tan triste como nietos sin abuelos.
Pero gracias a la abuelita Rigoberta, la "Compañía de Abuelos Voluntarios" fue un éxito y todos podían conseguir abuelos y nietos adoptivos a gusto.
Y la abuela Rigoberta ya no se preocupó más y se sintió muy feliz.
Y el que quiera un cuento contado por una auténtica abuelita, que llame por teléfono a la "Compañía de Abuelos Voluntarios".


GRACIAS POR SU APOYO EN ENVIAR LOS CUENTOS....

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